lunes, 3 de febrero de 2014

UNA CUESTIÓN DE TIEMPO

Tim (Domhnall Gleeson) es un chico tímido y algo bobo que no tiene suerte con las chicas, hasta que su padre (Bill Nighy) le cuenta el particular secreto que tiene su familia: todos los varones tienen la virtud de poder viajar en el tiempo, aunque sólo hacia el pasado y en momentos que hayan vivido. Por lo que Tim intentará aprovecharse de ese don para ir corrigiendo errores con tal de conquistar a Mary (Rachel McAdams), la chica de sus sueños......

Se le agradece a Richard Curtis que nos endose siempre el mismo producto pero cada vez con envoltorio diferente. Todo comedias románticas más o menos ñoñas y predecibles, pero que sin embargo tienen algo de chispa que las hace fáciles de ver (excepto Nothing Hill que no la soporto). Esta vez a conseguido adaptar el género de la scifi light de El Efecto Mariposa para crear una versión moderna de Atrapado en el Tiempo, una versión más a su medida, más coral, y por supuesto con un toque más "brittish".
El planteamiento de la película es sencillo, pero con ese toque de frescura que ya vimos por ejemplo en Love Actually, donde combina perfectamente esa carga romántica con algunos gags bastante buenos y nada excesivos, que hacen que el conjunto sea fácilmente digerible a pesar de las paradojas temporales. Todo rodado y estructurado con sencillez para que consigas entender que Una Cuestión de Tiempo no es una historia románica al uso, sino que va más allá, a un amor más amplio, un amor a la familia y a la vida, a ese disfrutar de los momentos con los que te premia tu existencia. Un éxito del director que consigue evadirnos por cerca de dos horas de nuestra (más o menos triste) realidad y que nos indica que estemos más atentos a esos pequeños detalles que seguro harán nuestra vida algo más llevadera. Lástima que la trama caiga en sus propias trampas por culpa de unas paradojas espacio-temporales mal resueltas y que hacen que algunas resoluciones chirríen un poco.
A pesar de ese punto,  en "Una Cuestión de tiempo" los pros superan holgadamente a los contras por los siguientes argumentos de peso: reparto perfecto (no hay ni un sólo personaje incapaz de ganarse nuestro cariño, incluso los antipáticos), un guión ingenioso con gags efectivos, suficientes momentos para llorar y abrazar al que esté sentado a nuestro lado, música pastelosa pero soportable y un escenario idílico: Londres y la región costera de Cornwall. Y si encima la moralina de Curtis nos sirve para replantearnos ciertas cuestiones sobre la forma en la que aprovechamos (o desperdiciamos) nuestras vidas, sinceramente no sé qué más le podemos pedir.






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