En un futuro preapocalíptico, Max Rockatansky, un policía encargado de la vigilancia de la autopista, tendrá que vérselas con unos criminales que actúan como vándalos, sembrando el pánico por las carreteras. Cuando, durante una persecución, Max acaba con Nightrider, el líder del violento grupo, el resto de la banda jura vengar su muerte...
El público español tuvo que esperar casi un año a que Mad Max se estrenara en las salas comerciales. Muchos de nosotros, sin embargo, tuvimos que esperar algo más hasta su salida a los videoclubs, descubriendo así un tipo de cine que poco tenía que ver con el que veiamos en casa en familia, como superhéroes de capa roja, héroes bárbaros de la edad de hierro, superpolícias, o dramas llorones o comedias españolas o italianas. Otro tipo de cine era posible, y esta película llegada desde Australia y disfrazada de western, nos abriría un universo de cine violento, de bajo presupuesto pero de bella factura, y donde el futuro de la Tierra poco tenía que ver con naves espaciales ni planetas prohibidos.
Era época de pelis de pandilleros, desde The Warrior de William Friedkin, justicieros como Charles Bronson, hasta más futuristas como 1997: Rescate a N.Y., pasando por las aventuras de El Vaquilla a toda máquina en su Seat 1430 por las calles de la Barcelona postfranquista. Pero había algo diferente en la película de George Miller: una mezcla de géneros evidente y un muy buen guión que suplía la obvia falta de presupuesto. Los productores echaron mano de unos actores casi amateurs, encabezados por un jovencísimo Mel Gibson, y del enorme desierto australiano para mostrar una sociedad preapocalíptica, donde los recursos escasean y es imperativo el uso de la violencia para poder sobrevivir.
En principio podría parecer la típica película de pandilleros de la época, pero es tras un giro dramático bastante brutal, y al que pocos estábamos acostumbrados, cuando el film se convierte en una pura historia de venganza, con un protagonista que va descendiendo lentamente hacia sus infiernos más profundos, y que no parará hasta vengarse de la banda de Johny El Niño. Pero no lo hará con todos a la vez, y ahí está la magia de la película. Poco a poco, en cada cruce de caminos, Max irá eliminando objetivos: primero Bubba, luego el Cortadedos, y acabará con el mítico desenlace contra Johny, la sierra y la trampa mortal. Y un protagonista, el antiguo agente judicial Max Rockatansky, convertido ahora en un saqueador más, convertido en Mad Max.
No es de extrañar que Mad Max fuera considerada la punta de lanza del cine comercial postapocalíptico, dejando iconos como las motos Kawasaki que conducían la banda de El Cortadedos, o el Interceptor Pursuit Special, un Ford XB Falcon version GT351 de 1973, modificado por el director artístico de la película, al que dotó de un compresor enorme en el capó del motor, que al accionarlo Max dotaba al vehículo de una increible potencia. Podriamos considerarlo el padre de Kitt, el Coche Fantástico.
Ese éxito comercial consiguió que sus casi 400 mil dólares iniciales de producción se multiplicaran exponencialmente hasta llegar a los 100 millones en todo el mundo, se rodaran dos secuelas, y su director se abriera hueco en un Hollywood donde rodó después películas tan dispares como Las Brujas de Eastwitch, Babe El Cerdito Valiente, o la saga Happy Feet.
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