lunes, 12 de octubre de 2015

HELLIONS

Es Halloween en la pequeña población de Waterford. Dora, una joven de 17 años, está sola en casa, no tiene ganas de salir de fiesta, le acaban de dar una noticia que le ha trastocado sus planes de futuro: está embarazada. Durante la noche, unos niños llaman a la puerta, y no será sólo para jugar al Truco o Trato...

Hellions es una película que seguro no os deja indiferentes. Habrá a quien no le guste, obviamente, por creerse estar en la típica película de terror y sentirse algo estafado ante la poca acción y la escasez de los momentos más fuertes. Pero si eres de esos que disfrutas del surrealismo de Miike, por ejemplo, y de las películas de terror "diferentes", más psicológicas, abre tu mente y disfruta de la nueva película del director de Pontypool.

Particularmente, soy del segundo grupo, y he de reconocer que la película me ha gustado bastante. Huye de ser el típico slasher halloweenero, pero no se esconde a la hora de homenajear al género. El inicio puede ser de lo más normal, pero sólo os recomiendo no perder detalles, porque será al final de la película donde te obligues a hacer una regresión y repasar cada una de las señales que han ido dejando durante la hora y media que dura.

Pasados los veinte minutos entramos en acción, con pausa, como toda la película, sin momentos memorables, pero que serán los que más nos entretengan. En un momento la fotografía cambia cuando salimos al exterior por primera vez. La "luna roja" de ésta noche lo ilumina todo de una manera bien extraña, entran más personajes en escena, y los chiquillos empiezan a dar bastante miedo. El porqué de todo este interludio nos será desvelado casi al final, en el tercer acto de la película, su parte más sesuda y que te dará que pensar.

Nosotros ya hemos sacado nuestras conclusiones, basándonos en todo ese tercer acto. El montaje se hace más confuso, las secuencias más incomprensibles por momentos, pero todo tiene un por qué, y te animamos a descubrirlo. Porque ponerse frente una película de este tipo te deja la sensación de no haber perdido el tiempo, de que en esos noventa minutos han pasado cosas, y necesitarás otros diez para ponerlas en orden, mientras discutes con la pareja o amigos.




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